
La llegada al Estadio Fray Nano el sábado 1 de noviembre no fue solamente cruzar una puerta; se sentía como entrar a un lugar que había estado esperando por nosotros. Había una curiosidad nerviosa en el ambiente, una electricidad que vibraba en la calle antes de entrar al portal que nos llevaría a un ritual. El aire, que empezaba a enfriarse con el atardecer inminente prevenía esa expectativa única que solo generan los festivales de culto.
El público no era solo una audiencia, sino una declaración de estilo en movimiento. Aquí no había espacio para la paleta de colores; el negro dominaba, sí, pero era un negro profundo, cargado de texturas, creatividad y vida. Era la elegancia de lo oscuro, donde cada outfit era una pieza teatral.
Vi atuendos góticos y oscuros, pero también muchos toques aesthetic de acuerdo a la festividad: calaveras bien maquilladas, y guiños a la temporada con elementos de Día de Muertos y Halloween. Las generaciones se mezclaban en los outfits, pero el entusiasmo era universal.
Se escuchaban conversaciones sobre las bandas que nadie podía perderse: el regreso de Japanese Breakfast, la novedad de Geordie Greep, los bailes tenebrosos de Molchat Doma y la cita histórica con Pavement. Había incluso amigos que entre sí contaban cómo habían ahorrado para una sola entrada, y poder ver ese acto que les había cambiado la vida.
La música se sentía, desde el inicio, como una inversión emocional.
El ambiente inicial era tranquilo, precisamente como la calma antes de un viaje. Bandas como Mirror Revelations comenzaron a tejer ese sonido experimental, mientras que DVTR y Population II mantuvieron la promesa de la tarde. Pero la verdadera sintonía, la que hizo que muchos se acercaran al escenario y dejaran de mirar los stands de merch, llegó con UTRO. Este proyecto alterno, desprendido de Motorama, marcó el inicio de la emoción genuina: un postpunk crudo y minimalista que, sin exageración, nos recordó por qué estábamos allí.
La tarde se aceleró con la llegada de Skinshape, que fue como un ritual chamánico para la multitud. Su groove ceremonial, lleno de ritmos envolventes, sirvió de antesala. Y de hecho, fue interesante ver a Geordie Greep, el músico que había emocionado a muchos la noche anterior en su solo show, curioseando el concierto de Skinshape antes de su turno.
Cuando Geordie subió al escenario, lo que se escuchó fue pura versatilidad; la gente comentaba que era como un “señorcito” con mucho estilo, un maestro que jugaba con los tonos de su guitarra, capaz de ir de lo complejo a lo ruidoso sin despeinarse. Luego llegó Panchiko, acercando el ambiente al shoegaze guitarrero y de ensueño, preparando nuestros oídos para los contrastes.
El balance perfecto llegó con Japanese Breakfast.
Michelle Zauner, referenciando al universo de los Studios Ghibli, trajo una luz necesaria después de tanto gris. Su indie pop etéreo, cargado de melancolía bonita y vitalidad, fue un abrazo. Después de cuatro años sin verla, el público la recibió con ese deseo de que el momento nunca terminara.
Entonces llegó el plato fuerte, la razón por la que el festival demostró ser una conversación entre generaciones. Pavement y Molchat Doma tocando casi a la par, creando una visible pero armónica brecha en el público.
Y aquí, algunos pensamientos…
Por un lado, la multitud frente a Pavement: gente que en su mayoría había crecido con su sonido, atraída por la nostalgia noventera, los sonidos guitarreros, la energía “descuidada”. Su inicio fue curioso: empezaron con el volumen bajo, una decisión que hizo dudar a la gente. ¿Un error de sonido? ¿O un movimiento intencional? Para mí, fue parte del show: nos obligaron a desear su sonido a todo volumen. Y cuando los ingenieros de audio soltaron la potencia, la energía explotó.
Escuchar “Harness Your Hopes” fue un momento de entusiasmo, una confirmación de que esta banda es mucho más que un recuerdo.
Mientras la voz y alma de Pavement resonaba, me deslicé al otro lado, donde esperaba Molchat Doma.
Aquí, la audiencia era abrumadoramente joven, impaciente por cambiar el grunge por las danzas tenebrosas. Y así fue. El trío bielorruso creó una atmósfera oscura y brillante. Sus movimientos únicos y desconcertantes, ese dark wave, nos transformaron a todos en una masa de murciélagos bailando, en un trance colectivo que definió la brillantez del postpunk revival de esta década.
La noche se cerró, como un pacto, con The Horrors, la culminación del sentimiento gótico. Canciones como “The Silence That Remains” y “Sea Within a Sea” confirmaron que este festival es el espacio para abrazar nuestro lado más oscuro, misterioso y más auténtico. Fue un final que zumbó en los oídos y dejó el corazón (darkie) contento.
Al irme, no sentía solo el cansancio de un festival; sentía que había participado en una síntesis perfecta. Hipnosis 2025 no es solo un lineup de bandas; es la prueba real de que la comunidad de la música de culto en México tiene una identidad fuerte y en constante transformación.
La nostalgia convive con la novedad, lo oscuro se baila con alegría, y al final, todos nos llevamos a casa ese eco amplificado: la certeza de que lo dreamy, el dark, lo indie… es una forma de ver y sentir el mundo, es el lifestyle de hoy y que este festival es su portal más ruidoso y sí… hipnótico.



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